miércoles, agosto 8


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Lüdérc, el vampiro de las viudas.

Lüdérc -a veces llamado Ludverc- es una extraña raza de vampiros proveniente de Hungría asociados a los fenómenos celestes.

En las aldeas medievales de Hungría se creía que el vampiro Lüdérc era precedido por distintas manifestaciones estelares, por ejemplo, un cometa o una estrella fugaz. La presencia de estos fenómenos era signo evidente de la aparición del vampiro.

El Lüdérc posee una de las dietas más extravagantes del universo vampírico. Desde luego, se alimenta de sangre humana, pero no de cualquiera, sino únicamente de viudos y viudas recientes.

La razón de este apetito particular por las personas viudas acaso tenga que ver con las escasas habilidades predatorias del Lüdérc, y del dolor íntimo y todavía reciente de los que han perdido a alguien que aman, pena que, quizás, los lleve a acceder a cualquier manifestación que se adopte la silueta de quienes se han ido.

El Lüdérc cambia su forma y adopta el rostro y el cuerpo de los amantes fallecidos de una forma muy convincente. Los deudos, apenados por la reciente desdicha, suelen aceptarlos como reemplazantes, acaso convenciéndose a si mismos de que la muerte puede tener momentos de indulgencia.

El sexo de sus víctimas no importa demasiado. En este sentido, el Lüdérc es tanto un Súcubo como un Íncubo, y en ambas condiciones elabora un largo repertorio de proezas amatorias, cuya función es extenuar al deudo, haciéndolo proclive a toda clase de ofrendas de sangre.

La leyenda ofrece pocos métodos para librarse del Lüdérc, tal vez a causa de que su presencia pocas veces es indeseable. Es sabido que el dolor nos lleva a cometer actos insensatos, difícilmente digeribles por la razón, entre ellos, creer en la piedad de la muerte y en la sinceridad de los vampiros.


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El secreto de Emily Dickinson.
Biografía de una reclusión.

El encierro voluntario que se impuso a sí misma Emily Dickinson (1830-1886) comenzó de un modo paulatino, indetectable, que no despertó sospechas entre sus allegados.

Nadie detectó nada anormal en la muchacha que regresaba al hogar paterno; nada anómalo en sus modales o su forma de interactuar, sin embargo, un gérmen inapelable de aislamiento fue creciendo en ella.

En 1850, después de cumplir veinte años, Emily Dickinson era una joven como cualquier otra. Asistía a la iglesia con regularidad, se ocupaba de abastecer la cocina, daba paseos crepusculares con su perro Carlo, concurría a exposiciones y funciones benéficas. En definitiva, no había nada en sus actitudes que revelase un estado anímico sombrío. Quizás su atuendo, normalmente oscuro, era lo único que revelaba su disposición espiritual.

Pasaron más de diez años hasta que aquel gérmen comenzó a manifestarse abiertamente.

A finales de 1861 Emily Dickinson comenzó a encerrarse, a recluirse en sí misma y en los confidentes rincones de su habitación. Rehuyó de sus allegados y sus abúlicas tertulias, de las charlas banales. Dejó de vérsela por las calles; y su ropa, extrañamente, se volvió blanca como la nieve. Durante el resto de su vida jamás vistió otro color.

Algo horrible había crecido en su interior, una especie de fobia a la gente: una aversión visceral y mórbida por el trajín humano, sus vicios y pequeñas glorias. Durante los últimos quince años de su vida nadie en la pequeña aldea de Amherst volvió a verla en las calles. Su silueta, blanca y delgada como una antigua fantasmagoría, era vista muy pocas veces vagando por el jardín en el ocaso furioso. En ocasiones se escondía incluso dentro de su casa. Elegía pequeños rincones oscuros y permanecía horas, e incluso días, en un aislamiento absoluto. Su voz se convirtió en un murmullo casi inaudible, y sus ojos, rasgados y penetrantes, comenzaron a tomar un matiz enfermizo, como ventanas clausuradas a toda emoción.

Sus cartas se hicieron más y más extrañas, más incomprensibles y a la vez más lúcidas. En una epístola casi ininteligible declara haber visto cosas abominables en las sombras. A menudo podía oírsela susurrar sobre una "gran oscuridad acercándose" (a great darkness coming).

Los médicos le diagnosticaron una rara enfermedad llamada "postración nerviosa" (nervous prostration), cuyos síntomas no están del todo claros. Modernos psiquiatras sospechan que Emily Dickinson padecía un severo desorden de agorafobia.

Alrededor de 1864 dejó de recibir visitas. Los pocos que lograban atravesar la férrea disciplina aséptica de Emily Dickinson eran recibidos en el umbral de la casa, aunque ella misma no dejaba verse, manteniendo diálogos escuetos a través de la puerta apenas entornada. Por entonces solía definir así su condición de reclusa:

Trabajo en mi prisión y soy huésped de mí misma.
(I work in my prison, and make guests for myself)

Durante los últimos tres años de su vida Emily Dickinson jamás salió de su habitación. En 1874, tras una severa parálisis, su padre, Edward Dickinson, falleció. Su madre murió en noviembre de 1883. Emily no asistió a ninguno de los dos funerales.

La debacle final se produjo tras el fallecimiento de su sobrino más pequeño, hijo menor de Austin Dickinson y Sue Gilbert. Ese acontecimiento trágico marcó el quiebre definitivo. Paso casi todo el verano de 1884 postrada en una silla, acosada por las dolencias del Mal de Bright, la misma condición nefrítica que acabó con la vida de Mozart

El 15 de mayo de 1886, tras varios días de agonía, Emily Dickinson murió a la edad de 55 años. Fue enterrada en el Amherst West Cemetery, en un ataúd blanco con aroma a vainilla, su favorito.

El "secreto" de Emily Dickinson jamás ha sido revelado por completo. Su terror era demasiado íntimo, demasiado personal, como para exponerlo fríamente. Sin embargo, a pesar de sus terribles padecimientos, su mente continuó siendo brillante. Sus epístolas son exuberantes de creatividad, sus frases son certeras como dagas; y sus versos, impecables. Tras su muerte, su hermana Vinnie descubrió el fruto cautivo de su alienación: 40 volúmenes encuadernados a mano que contenían unos 800 poemas inéditos.

Es sabido que algunas grietas mentales otorgan dones proféticos. Cuando la realidad se fragmenta, y la visión de las cosas se torna incierta, como en un sueño dentro de un sueño, emergen sentidos normalmente aplastados por lo cotidiano. Varios días después de la muerte de Emily Dikinson se halló sobre su escritorio la última carta de su vasto epistolario, dirigida a sus primos, Louise y Frances Norcross. Allí, sin mayores pretenciones, Emily Dickinson escribió la última línea de su vida:

Me llaman.
Emily.
(Called Back. Emily)

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El origen de las Valquirias.

Las Valquirias corresponden a una raza de deidades acaso más antiguas que el propio Odín. Su función es la de sobrevolar los campos de batalla, recoger las almas de los héroes caídos y llevarlos al Valhala, donde se convertirán en Einherjar, el ejército de un solo hombre, básicamente la infantería celestial que combatirá contra los Jotuns durante el Ragnarok.

Según los Eddas, las Valquirias "asignan la muerte y gobiernan la victoria". Sin embargo, su verdadero mito trasciende las barreras de la mitología nórdica tal como la conocemos, y se pierden en un pasado tan remoto que para concebirlo necesitamos revisar algunos conceptos.

La palabra Valquiria proviene del nórdico Valkyrja. Literalmente significa "la que elige a los muertos" (Valr, "muertos" y Kjósa, "elegir"). Ahora bien, el término Valr no corresponde a cualquier muerto, sino exclusivamente a los muertos en batalla, de hecho, la palabra proviene del germánico antiguo Walaz, "campo de guerra", y éste del protoindoeuropeo Wele, "atacar". Una traducción más juiciosa para Valr sería "caídos".

Pero las Valquirias se resisten a permanecer en un solo mito regional. Su presencia se advierte en cualquier ciclo mítico antiguo. Por ejemplo, en las terribles Wælcyrige anglosajonas o en la prudente Walküre alemana. De hecho, el origen de las Valquirias es perfectamente incierto. Si seguimos la documentación mítica de los Eddas veremos que casi todas tenían padres mortales, lo cual atenta contra su propia etimología. Distintos folkloristas explican que las verdaderas Valquirias eran representadas normalmente por sacerdotizas de Odín, quienes oficiaban sacrificios humanos a los dioses implacables. Cuando la Edda poética fue recopilada, alrededor del siglo XII d.C. sus ritos ya habían pasado a la leyenda, convirtiéndolas en guerreras sobrenaturales bajo las órdenes de Odin, decidiendo arbitrariamente sobre la vida de los hombres.

No obstante, una interpretación errónea a menudo nos brinda valiosas pistas para descubrir la verdad. La primera de estas pistas proviene de los nombres de las Valquirias puras, es decir, no humanas, consignadas en la Edda poética: Skögul (furia), Hlökk (rumor de batalla) y Göll (grito de combate), epítetos que se repiten en mitologías mucho más antiguas que la nórdica.

El segundo dato a tener en cuenta es un comentario hecho al pasar por el poeta, que señala a las Valquirias como Dísir, un término que las vincula con un pasado asombrosamente remoto. Poco se sabe de las Dísir, sólo que son una comunidad de divinidades femeninas relacionadas con la muerte y el renacimiento, y etimológicamente emparentadas con las Dhisanas, diosas terribles mencionadas en el Yajur Veda hindú. La palabra sobrevivió a lo largo de miles de años, ligeramente disimulada, en el término anglosajón Ides, una forma poética de referirse respetuosamente a las mujeres. Las Dhisanas también tenían potestad sobre la muerte y el destino de los mortales, aunque a menudo se mostraban indulgentes con las mujeres. Su rechazo por los hombres era tan violento que en ocasiones los transformaban en lobos para montarlos y asistir con ellos a las batallas.

En este oscuro mito hindú se haya el gérmen poético de las Valquirias, que sobrevivió en una antiquísima palabra para designar al lobo, que luego se transformó en una kenning, es decir, una metáfora: Valravn, "caballo de la Valquiria".

Lord Aelfwine.

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Lampijerovic, el vampiro que caza vampiros.

Los Lampijerovic integran una raza de vampiros de la comunidad gitana de los Balcanes, región en la que poseen numerosos nombres y leyendas.

Su nombre significa literalmente "Pequeño vampiro", ya que los Lampijerovic son, de hecho, vampiros híbridos; hijos de una mujer mortal y una especie de íncubos llamada Mullo. Pueden ser tanto masculinos como femeninos. El único rasgo que los distingue de una persona normal son los ojos, de un azul asombrosamente brillante.

Desde muy jóvenes muestran una particular aversión por los vampiros, rechazo que se manifiesta en la caza de hematófagos ni bien alcanzan su potencial físico. Los Lampijerovic poseen las habilidades típicas de los predadores especializados. Todos sus sentidos están pensados para adaptarse a la metodología de los vampiros. Ni siquiera los hematófagos con mayor experiencia en la vida de ultratumba se encuentran a salvo de este innato cazador de vampiros.

Se dice que los Lampijerovic aparecen en las comunidades gitanas en momentos de gran desesperación, en especial, cuando sus aldeas son asoladas por la presencia de un vampiro insistente. Una vez establecida su naturaleza, el Lampijerovic organiza una estrategia implacable que eventualmente terminará por descubrir el refugio de su presa, ya sea mediante su olfato, su visión o una suerte de instinto predatorio que lo lleva inexorablemente a rastrearla.

Una vez eliminado el vampiro de turno, el Lampijerovic pierde todas sus habilidades sobrenaturales, y se transforma en una cáscara vacía, en un ente absolutamente abandonado por la voluntad. En este estado calamitoso pasará sus últimos días vagando por cementerios y camposantos, olisqueando viejas tumbas y evitando que nuevos vampiros se instalen en la región.

Las comunidades gitanas, al menos hasta bien entrado el siglo XX, llevaban un riguroso registro de los Lampijerovic nacidos en los Balcanes; algunos de ellos son prácticamente santos, y sus hazañas y prodigios son narrados solemnemente de generación en generación.


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Significado del Dragón.

Todos los razonamientos y explicaciones sobre la figura mítica del Dragón suelen olvidar algo fundamental para comprender la esencia de una criatura mítica.

Mucho se ha dicho, y mucho se dirá, sobre lo que simbolizan los Dragones para todas las culturas del mundo, desde el Japón y la China, pasando por Grecia, Roma, Escandinavia, Latinoamérica e incluso en las páginas más celebérrimas de la Cábala y la Biblia.

Ahora bien, sería absurdo atribuirnos alguna certeza inédita sobre la naturaleza de los Dragones. Otros mejores que nosotros han abordado el tema con mayor espacio y lucidez. Aquí simplemente intentaremos explicar el significado de los Dragones desde la etimología, una rama del saber a menudo relegada al estrecho ámbito de la curiosidad lingüistica.

Aniquilemos primero un error común en el que suelen caer los lectores de la Biblia. A pesar de que la palabra "dragón" aparece con cierta regularidad, la Biblia se caracteriza por la total ausencia de dragones. Lo que allí leemos como "Dragón" es en realidad una traducción de la palabra hebrea Tan (pl. Tannin), voz que designa a una gran criatura marítima relacionada con Leviatán, pero suya raíz sugiere cierto parentezco con los chacales.

La palabra Dragón proviene del griego Drako (d?a???), y significa literalmente "serpiente", acaso refiriéndose a las serpientes acuáticas. En latín se los definía como Draco (pl. draconem), y señalando una serie de entidades reptiloides, y no tanto, con características más bien fantásticas.

Si retrocedemos aún más en el tiempo encontraremos que la palabra Dragón está emparentada con la raíz indoerupea Derk, que significa "mirar"; y que en griego antiguo derivó en un verbo estrechamente relacionado con los dragones: Derkesthai (d?a?e??), es decir, "ver con claridad".

Legiones de lingüistas se han preguntado por qué el nombre de una criatura fantástica se relaciona con su mirada, siendo que ésta no ocupa una función esencial en sus mitos. Pero la verdad en ocasiones se saltea las elucubraciones de los sabios, e incluso pega largos y extraordinarios saltos en el tiempo.

Es en los pueblos nórdicos y su formidable mitología donde sobrevive el gérmen fundacional del nombre de los dragones. En las leyendas escandinavas se menciona, siempre con horror y respeto, que la mirada de los dragones es hipnótica, que sus ojos paralizan a los osados que se aventuran en sus cubiles, y que pueden horadar en lo más profundo del alma de los héroes, casi siempre royendo algún oscuro secreto cuidadosamente guardado hasta ese momento.

Quizás en la antigüedad cuando alguien pronunciaba la palabra Dragón todos sabían que simbólicamente designaba a "aquel que ve claramente", es decir, a aquel capaz de reconocer nuestros secretos más tenebrosos. Razón por demás poderosa para conservar a los dragones en el amplio arcón de criaturas espeluznantes.

Pocas cosas producen mayor horror que enfrentarse a un Ojo que todo lo ve, capaz de perforar los sustratos y empalizadas que protegen nuestros secretos inconfesables, y penetrar capa tras capa de nuestra personalidad civilizada y hallar, tembloroso y desnudo, al niño que todos fuimos.


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Juan Koltrun, el vampiro de Podlaski.

Polonia, 1982. Juan Koltrun, apodado el Vampiro de Podlaski, fue apresado por la policía tras largos meses de pesquisas e investigaciones infructuosas.

Un dective ligado al caso declaró que fue el reciente apodo del criminal, inventado por el departamento de policía, el que finalmente los puso tras la pista correcta. Hasta el momento habían buscado a un asesino serial, cuando en realidad debieron estar buscando a un hombre que cree realmente ser un vampiro.

De las siete víctimas de Juan Koltrun se sabe que al menos bebió la sangre de dos. El resto, señaló el acusado, no reunía los requisitos para convertirse en su cena.

Se cree que Juan Koltrun acechaba a sus presas durante la noche, momento en el que se sentía como un depredador con sentidos sobrenaturales. En su proceso sostuvo haber sido mordido por un vampiro en la adolescencia, y que este seguía comunicándose con él mediante alguna clase de telepatía; aunque su transformación quedó suspendida hasta que demostrase ser capaz de mantenerse por si mismo, cuestión que pensaba probar mediante una serie de asesinatos cuidadosamente diagramados.

Tras su encierro las calles de Podlaski retomaron su ritmo tranquilo y apacible, salvo por una cuestión insólita. Un grupo de jóvenes inestables creyó que el puesto de Juan Koltrun como "aspirante a vampiro" había quedado bacante, de modo que se lanzaron a las callejuelas de la ciudad polaca para retomar los asesinatos y convertirse ellos mismos en vampiros.

El líder de este grupo fue acuchillado por una prostituta que, al parecer, descreía de la naturaleza sobrenatural de la jauría.

No hubo nuevos aspirantes a vampiro en la ciudad de Podlaski.

Atenea Helenaus.

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