lunes, enero 9

El embriagado. 
The Intoxicated, Shirley Jackson (1916-1965)


Estaba lo bastane alegre y conocía la casa lo suficiente como para dirigirse a la cocina por sí solo, aparentemente para buscar hielo pero, en realidad, para despejarse un poco, pues no era tan íntimo de la familia como para perder el conocimiento en el sofá del salón. Dejó atrás la fiesta sin lamentarse de ello, mientras el grupo en torno del piano entonaba Stardust y la anfitriona charlaba animadamente con un joven de gafas finas y pulcras y expresión hosca. Atravesó con cautela el salón donde un grupito de cuatro o cinco personas sentadas en las sillas rígidas discutía concienzudamente sobre algún tema. Las puertas de la cocina batieron con brusquedad al empujarlas y el hombre tomó asiento junto a una mesa blanca esmaltada, limpia y fría al contacto de su mano. Dejó el vaso en un buen lugar del dibujo verde y, al alzar la vista, descubrió a una jovencita que le observaba especulativamente desde el otro lado de la mesa.


-Hola -dijo-. ¿Tú eres la hija?
-Soy Eileen -respondió ella-. Sí.


La muchacha le pareció fofa y mal formada; son las ropas que llevan hoy las jóvenes, se dijo nebulosamente. Llevaba el cabello en dos trenzas que le caían a ambos lados del rostro, tenía un aspecto joven y fresco y no estaba vestida de fiesta. Llevaba un suéter púrpura y su cabello era oscuro.


-Tu voz suena agradable y sobria -comentó, dándose cuenta de que era algo que no debía decirse a una chiquilla.
-Estaba tomando una taza de café -dijo ella-. ¿Le apetece una?


El hombre estuvo a punto de echarse a reír, pues advirtió que la joven esperaba estar actuando con inteligencia y habilidad ante un grosero borracho.


-Creo que sí, gracias -respondió. Hizo un esfuerzo por fijar la vista; el café estaba caliente y, cuando ella le puso delante una taza, diciendo: «Supongo que lo querrá solo», él colocó la cara sobre el vapor y dejó que éste le entrara en los ojos cori la esperanza de que le ayudara a aclarar la cabeza.
-Parece una fiesta estupenda -dijo la muchacha sin añoranza-. Por lo que se oye, todo el mundo debe de estar pasándolo en grande.
-Es una fiesta estupenda. -Empezó a tomar el café, hirviente, con deseos de decirle a la joven que le había ayudado. Fijó la vista en ella y sonrió.- Me siento mejor -declaró-, gracias a ti.
-En la otra sala debe de hacer mucho calor -respondió ella en tono sedante.


Esta vez, el hombre se rió abiertamente y ella frunció el ceño, pero él advirtió que la muchacha le disculpaba y añadía:


-Arriba hacía tanto calor que se me ha ocurrido bajar a sentarme un rato.
-¿Estabas durmiendo? ¿Te hemos despertado?
-Estaba haciendo los deberes -respondió ella.


El volvió a mirarla, imaginándola sobre un fondo de redacciones y cuidadas caligrafías, de libros de texto deteriorados y risas entre los pupitres.


-¿Vas al instituto?
-Estoy en el último de primaria. -Pareció esperar que él dijera algo y luego añadió:- Perdí un curso cuando tuve la pulmonía.


Al hombre le costó encontrar algo que decir (¿preguntarle por los chicos?, ¿hablar de baloncesto?), de modo que fingió prestar atención a los ruidos lejanos procedentes de la parte delantera de la casa.


-Es una fiesta estupenda -repitió vagamente.
-Supongo que le gustan las fiestas -apuntó ella.


Sin habla, él se quedó mirando su taza de café vacía. Sí, suponía que le gustaban las fiestas; el tono de voz de la muchacha había sido de leve sorpresa, como si después de aquello sólo esperara de él que se declarara partidario del circo romano con gladiadores enfrentados a fieras salvajes, o comprensivo con el solitario baile en círculo de un loco en un jardín. "Casi te doblo la edad", se dijo el hombre, "pero no hace tanto tiempo que yo también hacía mis deberes en casa".


-¿Juegas al baloncesto? -inquirió.
-No -fue la respuesta.


El hombre recordó con irritación que ella estaba en la cocina antes de que él entrara, que vivía en la casa y que él estaba obligado a darle conversación.


-¿Qué deberes estabas haciendo? -preguntó.
-Una redacción sobre el futuro del mundo -dijo ella, y sonrió-. Suena estúpido, ¿verdad? A mí me parece una estupidez.
-La gente de la fiesta hablaba de eso mismo. Esa es una de las razones de que me haya refugiado aquí.
-Advirtió que ella pensaba que no era en absoluto ya una de las razones de que se hubiera refugiado allí y se apresuró a añadir:- ¿Y qué escribes sobre el futuro del mundo?
-En realidad no creo que tenga mucho futuro -dijo ella-. Al menos, tal como están las cosas hoy día.
-Es una época interesante de vivir -replicó él, como si todavía estuviera en la fiesta.
-Bien, al fin y al cabo, no es como si no lo supiéramos por adelantado.


El la miró un momento. La muchacha se miraba con aire ausente la puntera de su bota de cuero y movía el pie con suavidad adelante y atrás, siguiéndolo con la vista.


-Realmente, es una época espantosa si una chica de dieciséis años tiene que pensar en cosas así.


En mi época, pensó en añadir irónicamente, las chicas no pensaban en otra cosa que en cócteles y besuqueos.


-Tengo diecisiete años. -La muchacha alzó la vista y le sonrió otra vez.- Hay una diferencia terrible.
-En mi época -dijo él con exagerado énfasis-, las chicas no pensaban en otra cosa que en cócteles y besuqueos.
-Ahí está en parte el problema -respondió ella con seriedad-. Si la gente se hubiera asustado de verdad, sinceramente, cuando ustedes eran jóvenes, hoy no estarían tan mal las cosas.


Su tono de voz resultó más punzante de lo que pretendía («¡En mi época!») y le dio parcialmente la espalda a la muchacha, como para indicar el escaso interés de un adulto que se muestra condescendiente con un niño:


-Supongo que creíamos estar asustados. Supongo que todos los chicos y chicas de dieciséis... de diecisiete años creen que están asustados. Forma parte de una época que es preciso pasar, como la de volverse loca por los chicos.


-Siempre me pregunto cómo será. -la chica habló con voz muy clara, muy suave, mirando a un punto de la pared detrás de él.- No sé por qué, creo que las iglesias caerán primero, antes incluso que el Empire State Building. Y luego todas las grandes casas de apartamentos junto al río, deslizándose lentamente hacia el agua con sus inquilinos en el interior. Y las escuelas, tal vez en mitad de la clase de latín, mientras estemos leyendo a César. -bajó los ojos hasta el rostro del hombre, contemplándole con aturdida excitación.- Cada vez que empezamos un capítulo de César, me pregunto si será ése el que nunca llegaremos a terminar. Puede que nosotros, en nuestra clase de latín, seamos la última gente del mundo en leer a César.
-Eso sería estupendo -intervino él con aire pícaro-. Yo odiaba a César.
-Supongo que todo el mundo, cuando es joven, odia a César -replicó la muchacha con frialdad.


El hombre aguardó un minuto antes de decir:


-Creo que es un poco tonto por tu parte llenarte la cabeza con toda esa basura morbosa. Cómprate una revista de cine y cálmate.
-Podré conseguir todas las revistas de cine que quiera -insistió ella-. Los vagones del metro se saldrán de las vías, ¿sabe?, y todos los quioscos de revistas quedarán aplastados. Se podrá coger todas las barras de caramelo que una quiera, y las revistas, y los lápices de labios y las flores artificiales del almacén, y los vestidos de todas las grandes tiendas, arrojados en plena calle. Y los abrigos de pieles.
-Espero que queden abiertas de par en par las tiendas de licores -dijo él, empezando a impacientarse con la joven-. Si sucede lo que dices, entraré en una y me agenciaré una caja de coñac y nunca volveré a preocuparme de nada.
-Los edificios de oficinas serán simples montones de ladrillos rotos -continué ella, con sus ojos enérgicos fijos aún en él-. Si hubiera un modo de saber con exactitud en qué momento sucederá...
-Entiendo -dijo él-. Estoy de acuerdo con el resto. Entiendo.
-Después, las cosas serán distintas -continué ella-. Todo lo que hace que el mundo sea como es ahora desaparecerá. Tendremos nuevas normas y nuevos modos de vida. Tal vez exista una ley para que no vivamos en casas, de modo que nadie pueda esconderse de los demás, ¿sabe?
-Tal vez exista una ley para evitar que todas las escolares de diecisiete años aprendan a tener sentido común -replicó el hombre, poniéndose en pie.
-No habrá escuelas -afirmó ella de plano-. Nadie aprenderá nada. Para evitar volver al punto en que estamos ahora.
-Vaya -dijo él con una risita-, haces que suene muy interesante. Lástima que no esté allí para verlo. -Se detuvo, con el hombro apoyado en la puerta batiente que daba al comedor. Sentía terribles deseos de decir algo adulto y mordaz pero, al mismo tiempo, tenía miedo de demostrar a la joven que le había prestado atención, que cuando era joven la gente no decía aquellas cosas.- Si tienes problemas con el latín -dijo por último-, te echaré una mano con gusto.


Ella lanzó una sonrisa que le desconcertó.


-Aún hago mis deberes para la escuela cada noche -declaró.


De vuelta en el salón, los invitados deambularon achispados a su alrededor. El grupo junto al piano cantaba ahora Home on the Range y la anfitriona charlaba animadamente con un hombre alto y elegante, vestido con un traje azul.


Encontró al padre de la muchacha y le dijo:


-Acabo de mantener una conversación muy interesante con su hija.


La mirada del anfitrión recorrió rápidamente la estancia.


-¿Con Eileen? ¿Dónde está?
-En la cocina. Está con su latín.
-«Gallia est omnia divisa in partes tres...» -citó el anfitrión, sin entonación-. Ya sé.
-Una chica realmente extraordinaria.


El anfitrión movió la cabeza, apenado.


-Los jóvenes de hoy... -murmuró.


Shirley Jackson (1916-1965)
Posted: 11 Nov 2011 05:00 AM PST
Metatrón:
El ángel que fue Dios.


Metatrón es, quizás, el ángel más extraño de la mitología judeocristiana. Está presente en innumerablesleyendas y tradiciones, aunque el Nuevo y el Antiguo Testamento (Tanaj) lo ignoran por completo.

El misterio en torno a su figura es tan grande, y tan confuso, que nadie ha logrado ponerse de acuerdo en lo referente a sus funciones, y ni siquiera si efectivamente se trata de un ángel o de algo más. Su rol y jerarquía son desconocidos, lo cual no ha evitado conjeturas, a menudo fantásticas, que giran en torno a este curioso ángel de los días antiguos.


El Talmud menciona de pasada a Metatrón, señalando que es una entidad misteriosa, acaso una joya en la creación de Jehová; y luego refiere un extraño incidente protagonizado por Elisha ben Abuya, quien visitó los palacios celestiales y vió a Metatrón cómodamente sentado en un sitio de honor. Vale aclarar que, en la tradición antigua, sólo Yahvé puede sentarse en su reino, los ángeles y almas permanecen de pie, de modo que el buen rabí se sorprendió enormemente al ver a Metatrón regiamente sentado, por lo que declaró que no existía un único Dios, sino dos.


Posteriores análisis reubicaron el comentario exaltado de ben Abuya, señalando que Metatrón es el escriba de Yahvé, por lo cual debe permanecer sentado. Acto seguido, lo designan como un ángel de cualidades excepcionales. Es él, apuntan, quien recibe las órdenes del Señor, y es él quien las trasmite a los ángeles menores, como Rafael o Gabriel. De ahí su ambicioso apodo: el pequeño Yahve.


Más cerca en el tiempo se asoció a Metatrón con Enoc, tal como lo señala el Libro de Enoc, aunque esta fuente es demasiado nueva y dudosa para tomarla en serio. El misterio fundamental de este ángel fue desentrañado por Robert Graves -autor, entre otras gemas mitológicas, de La Diosa Blanca (The White Godess)-, quien sostiene que la naturaleza ambigua de Metatrón y su oscura tarea en los círculos celestiales, se debe a que no es en absoluto un ángel, ni un santo, ni un profeta, ni nada remotamente asociado al mito judeocristiano.

Según Robert Graves, los judíos fusionaron dos términos griegos terribles: Metadromos, el que busca venganza, y Meta Ton Thronón, que significa El más cerano al trono. Ambos aluden a una curiosa deidad que los griegos no conocían, pero que intuían en la oscura noche de los tiempos. La mentalidad griega era tan genial, tan vasta su capacidad de aceptar otras verdades, que consideraban que el panteón de los Olímpicos bien podía estar incompleto, y que un dios desconocido quizás habitase las regiones siderales más distantes, de modo que, al desconocer su nombre, lo llenaron de epítetos y alusiones ambiguas.

Un Dios que mantiene su existencia en secreto, decían, es el más digno de adoración.
Aelfwine.
Posted: 09 Aug 2011 07:43 AM PDT

Vampiros: cruces, crucifijos, amuletos, talismanes.


Pocas criaturas sobrenaturales temen a tantas cosas como los vampirosel ajo, la plata, los ríos, las rosas, las estacas de madera, los espejos, las antorchas, y, por supuesto, las cruces y crucifijos.


¿De dónde proviene la idea de que los vampiros temen a los crucifijos? No de la leyenda, sin dudas, donde pocas cosas logran aniquilarlos. Las cruces, de cualquier forma o tamaño, no logran ahuyentarlos. No obstante, la noción de que los vampiros huyen ante la presencia de la cruz ha ganado tanto terreno que resulta poco menos que imposible, además de ocioso, intentar erradicarla.


La primera mención de una cruz, o un crucifijo, como amuleto contra los vampiros proviene, cuando no, de la novela clásica de vampiros de Bram StokerDrácula (Dracula, 1897)., más precisamente de aquel primer capítulo de la novela que no se publicó hasta la muerte de Stoker, llamado El huésped de Drácula (Dracula's Guest).


Allí somos testigos del ingreso de los crucifijos en la mitología vampírica. Una mujer de Bistritz, cerca de Transilvania, le regala unrosario a Johnatan Harker. Este, miembro de la Iglesia Protestante de Inglaterra, deduce que aquello es el producto de un pensamiento idólatra, aunque inmerso en esa región de horrores paganos, decide oportunamente colocarse la cruz en el cuello, elección que le salva la vida cuando el conde, en un arranque de furia, lo toma del cuello, huyendo como un insecto ante la visión ominosa de la cruz.


Los crucifijos y las cruces aparecen repetidamente en Drácula, a veces sin resultados efectivos. El capitán del Demeter, barco que trasnporta a Drácula a Inglaterra, es encontrado muerto con una cruz entre los dedos. Más adelante, Van Helsing utilizará varias cruces y crucifijos para proteger a Lucy Westenra, con resultados decepcionantes.


Según la idea de Bram Stoker, instalada de un modo indeleble, las cruces y crucifijos sólo sirven como amuletos para defenderse de los vampiros, sin que ello les produzca ningún daño a largo plazo. Una manera elegante de señalar que, ante la presencia de Cristo, toda entidad sobrenatural, especialmente las infernales, pierden momentáneamente sus poderes.


Anteriormente, ningún poemarelato o novela de vampiros menciona a los crucifijos como talismán contra nuestros entrañables esperpentos.


Fuera de la literatura la cosa es más confusa. Emily Gerard clasifica al vampirismo como una versión desmejorada del satanismo medieval. En consecuencia, lo que es efectivo para unos lo será para los otros. De este modo, casi por descarte, las cruces y crucifijosentran en combate en un puñado de leyendas, sin lograr afirmarse en el inconsciente colectivo.